LA APARICIÓN Y EVOLUCIÓN DEL MERCADO

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LA APARICIÓN Y EVOLUCIÓN DEL MERCADO

1.- LAS ESTRECHAS RELACIONES ENTRE LO JURÍDICO Y LO ECONÓMICO (LA PROPIEDAD PRIVADA).

Las referidas relaciones entre lo jurídico y lo económico se hacen todavía más palpables en todo lo referente al concepto de propiedad privada y no cabe duda de que dicho concepto y el desarrollo de las normas que lo regulan, resultan de trascendental importancia para que se produzcan las primeras relaciones de intercambio que, con el tiempo, darán lugar a la aparición del mercado y del orden social. Tal y como ya he comentado en otras publicaciones y artículos, la idea de propiedad (como el de cualquier otra institución jurídica) es un concepto formal, un concepto que podríamos denominar “recipiente” y que, por tanto, debe ser llenado a lo largo de un dilatado proceso de prueba y error, en el que el hombre va aprendiendo a definir los límites que separan las diferentes esferas de actuación individual. Tal y como sostiene Hayek en, La Fatal Arrogancia:

“La extensión y refinamiento del derecho de propiedad tuvo lugar…, de manera gradual, no habiéndose alcanzado aún hoy los estadios finales”.

Se trata de un concepto difícilmente articulable, por lo que, ni los códigos legales ni los más importante tratados de Derecho, se atreven a definirlo de forma tajante. La Real Academia Española, en su diccionario de la Lengua, lo define como el “derecho o facultad de poseer alguien una cosa y poder disponer de ella dentro de los límites legales”. Es decir, la idea de propiedad va íntimamente ligada desde sus orígenes a la de posesión, por ello, hemos afirmado que sus primeras manifestaciones iban unidas a la idea de utensilios personales y de su tenencia material. Sólo con posterioridad, esta idea de dominio sobre las cosas que se “tenían”, se fue extendiendo y regulando a través de normas jurídicas que la fueron configurando y limitando, pasando paulatinamente de la simple idea de tenencia material a la de posesión de hecho, posesión de derecho, y finalmente a la de propiedad (que se fue desarrollando paralelamente junto con todos los demás derechos reales y sus límites). A este respecto Hayek viene a decir lo siguiente en, La  Fatal Arrogancia:

“Probablemente, los primeros artículos no fungibles personalmente elaborados quedarían ligados a sus creadores simplemente por el hecho de ser ellos los únicos capaces de utilizarlos… La propiedad plural relativa a los bienes de carácter fungible debió aparecer más tarde, a medida que avanzara el proceso de debilitamiento del espíritu de solidaridad de grupo y fuera asumiendo el sujeto cada vez en mayor medida la responsabilidad de asegurar el sustento de determinados grupos de menor tamaño, tal como la unidad familiar. Fue probablemente la necesidad de disponer de una mínima unidad productiva viable lo que dio lugar a que la propiedad de la tierra pasara de colectiva a privada.

Escasa utilidad tiene especular en torno a cual puede haber sido, de hecho, la secuencia de tales acontecimientos, puesto que ésta habrá sido dispar según se haya tratado de gentes nómadas o agrícolamente asentadas. Lo importante es advertir que el desarrollo de la propiedad plural ha sido en todo momento condición imprescindible para la aparición del comercio y, por lo tanto, para la formación de esos más amplios y coherentes esquemas de interrelación humana, así como de las señales que denominamos precios”.

Desde el momento en que los grupos humanos comienzan a respetar el derecho de propiedad privada (que en un primer momento va ligado exclusivamente a los utensilios personales y que sólo con posterioridad se va extendiendo a otros objetos), cada individuo puede empezar a disponer y a gestionar aquellos bienes que se encuentran bajo su dominio. Es decir, surge la idea de que el hombre tiene un dominio sobre las cosas que le pertenecen (sobre la base de diferentes criterios de asignación), y que, por tanto, puede no sólo disfrutar de ellas directamente, sino también trasmitirlas recibiendo a cambio otras de sus legítimos dueños, teniendo que ser respetadas dichas relaciones por la colectividad, tal y como ya hemos analizado tanto en el apartado dedicado a analizar las relaciones de intercambio, como en el capítulo dedicado al estudio de la aparición y evolución de las normas jurídicas. De esta forma, y movida por la función empresarial, comienza a crecer y a desarrollarse una red de relaciones de tipo COMERCIAL cada vez más densa, y que se ve facilitada, tanto por un respeto mínimo a la libertad de decisión individual, como por el incipiente concepto de propiedad privada, posibilitando ambos el inicial desarrollo de la civilización y del mercado, habiendo pasado el ser humano, a lo largo de cientos de miles de años de evolución, desde el trueque más básico y primitivo a los actuales mercados internacionales.

Volvemos a comprobar como resultan absolutamente inseparables, el ámbito de lo jurídico y el ámbito de lo económico para el estudio y el análisis de la vida en sociedad. Si no hubiese surgido ese primitivo concepto de propiedad privada compartido por el grupo y que permitía que el individuo poseyese utensilios y pudiese transmitirlos a otros, jamás hubiesen aparecido las relaciones de intercambio y el comercio. Por ello, no es de extrañar que fuese en la cuenca del Mediterráneo donde se desarrollara con más fuerza el mercado y la civilización, pues como algunos autores lo han calificado “el mundo greco-romano fue en esencia y característicamente un mundo de propiedad privada[1]”. Recordándonos Hayek, a este respecto, que:

“Durante los últimos años de la república y los primeros siglos de la era imperial, en los que gobernaron cuerpos senatoriales dominados por gentes íntimamente relacionadas con intereses de tipo comercial, Roma ofreció al mundo lo que ha llegado a ser un modelo de derecho civil basado en lo que puede considerarse la más desarrollada elaboración de la propiedad plural”. Añadiendo que “la decadencia y colapso final de este primer orden histórico extenso sólo fue produciéndose a medida que las decisiones de la administración central romana fueron desplazando a la libre iniciativa”.[2]

Existiendo a este respeto una gran unanimidad entre los economistas de diferentes escuelas y tendencias, pues, autores como John K. Galbraith, no dudan en afirmar que:

“Aunque no reconocido como parte de la tradición histórica del pensamiento económico, el compromiso de los romanos con la institución de la propiedad privada, como la llamaríamos hoy, ha constituido un legado de tremenda importancia para la vida económica y social”.[3]

Una vez recordada la trascendental importancia de los múltiples puntos de conexión entre la ciencia jurídica y la ciencia económica, que hemos tratado también en otros capítulos, vamos a centrarnos en el presente, en los aspectos que se refieren al surgimiento del mercado desde un punto de vista económico.

2.- LA CATALAXIA.

Siguiendo a L. von Mises, hablamos de dos conceptos de economía, uno estricto (catalaxia -ciencia del intercambio-) y otro amplio que englobaría al anterior (praxeología -ciencia de la acción humana-), podemos hablar, igualmente, de dos formas de referirse al concepto de mercado: un sentido amplio que se identificaría con la idea de catalaxia y un sentido estricto que lo identificaría con los intercambios basados en precios monetarios. Sólo en aquél sentido amplio, los conceptos de sociedad y de mercado coinciden[4]. Además, conviene aclarar que la indicada separación entre el concepto de catalaxia y que se refiere al mercado en sentido estricto, puede resultar muy equívoca, ya que los intercambios plasmados exclusivamente en precios monetarios no existen de forma aislada en la realidad del mercado y, menos aún, si se analizan las relaciones humanas desde el punto de vista subjetivo que caracteriza la economía austriaca. Un precio de intercambio, como más adelante analizaremos, no es más que un dato histórico que refleja únicamente una información parcial y que puede llevar a confusión, haciendo creer que él mismo se deriva, o se ha producido, por la coincidencia de dos valoraciones subjetivas sobre un mismo bien o servicio, lo que provocaría considerar el intercambio sobre la base de un falso concepto de igualdad mensurable objetivamente, cuando en realidad no es así, pues como bien sabemos, para que se produzca un intercambio, las valoraciones subjetivas deben ser diferentes aunque las mismas se plasmen en un único precio de intercambio[5], que en realidad no comunica nada respecto de las valoraciones subjetivas que sobre el mismo han hecho los agentes.

Sin embargo, no cabe duda que la distinción entre los referidos conceptos amplio y estricto (catalaxia e intercambios medidos en precios monetarios), pueden en ocasiones resultar útiles como simplificaciones que permiten efectuar cálculos económicos monetarios, facilitando que se puedan realizar proyecciones de futuro aproximadas, permitiendo a su vez dar explicaciones más fácilmente comprensibles, desde un punto de vista puramente docente. No obstante, nunca deben olvidarse los peligros que encierran este tipo de simplificaciones y los errores anteriormente indicados que pueden llegar a provocar. Cualquier proyección de futuro sobre la base de precios monetarios, deberá siempre tener en cuenta el carácter histórico de la información facilitada por los precios, las valoraciones subjetivas subyacentes, la influencia del transcurso del tiempo y los diferentes contextos de actuación, que hacen imposibles y absurdas proyecciones basadas simplemente en modelos y fórmulas matemáticas.

Otro error muy grave (además de la confusión que se produce entre el precio de un bien y su valor) se deriva de las definiciones referidas a los precios monetarios, que los consideran como la representación de una cualidad intrínseca y objetiva de los bienes y servicios (y no como un simple dato referente a un intercambio producido en el tiempo, bajo unas circunstancias determinadas y fruto de valoraciones subjetivas cuyo contenido se escapa al observador). Este error es más difícil que se produzca si se habla de “precios de intercambio” que estén referidos al trueque en sentido estricto, ya que en este caso a ningún observador se le ocurriría decir que por el hecho de que alguien intercambie en un lugar y en un momento determinado, por ejemplo, tres caballos por un camello y dos gallinas, el precio de un camello y dos gallinas sea, en general y en abstracto, equivalente a tres caballos, como si dicho precio de intercambio fuese algo intrínseco a los conceptos de camello, gallina o caballo. Resulta evidente que un camello y dos gallinas son algo que nada tienen que ver con los tres caballos, salvo el hecho de que en un determinado momento dos individuos hayan decidido intercambiarlos por valorar más la posesión del otro que la suya propia. Sin embargo, cuando los precios son monetarios, y al ser el dinero un medio de intercambio “abstracto” y generalmente aceptado, se produce el curioso fenómeno de identificar el objeto con el precio pagado por él, es decir, como si se tratara de una característica intrínseca y objetiva del propio bien. Seguramente sería más difícil caer en este error si comprendiésemos que el concepto de intercambio es idéntico al de trueque o permuta, siendo los intercambios medidos en precios monetarios, una simple especie o clase de éstos. Parece evidente que esta postura es correcta, ya que si analizamos en general los diferentes tipos de intercambio, comprobamos que nos podemos encontrar con las siguientes variantes:

1.- El intercambio bienes por bienes (lo que se entiende equívocamente por trueque[6] en exclusiva, cuando en realidad todo intercambio es un trueque).

2.- El intercambio de bienes por servicios (o viceversa).

3.-Combinación de los dos anteriores: intercambio de bienes por servicios+ bienes, o, bienes+servicios por bienes+servicios.

4.- Intercambio de servicios por servicios.

5.- Y un tipo particular de intercambio (o trueque en el sentido más general que consideramos más correcto) que se produce cuando uno de los bienes intercambiados es DINERO. En este caso, también puede ser un intercambio puro o estar combinado con la entrega de otros bienes y servicios. Por lo que en ningún caso y bajo ningún concepto es diferente del trueque, sino un tipo de éste, y no al revés (pues tal y como he dicho trueque es igual a intercambio). Eso sí, se trata de un tipo que resulta muy interesante para los economistas, pues permite efectuar cálculos monetarios matemáticos sobre la base de los precios[7] plasmados en números cardinales (unidades monetarias).

Cualquiera de estas combinaciones de trueque puede incluir la total o parcial sustitución de un bien o servicio por dinero. Como puede ser el caso del empresario que paga por los servicios del trabajador parte en dinero (en forma de salario) y parte en forma de especie (facilitándole un coche que pueda destinar para su uso personal). Las combinaciones son evidentemente infinitas, pero incluso en el caso del más puro intercambio de un bien por dinero, sólo se estaría indicando un simple dato histórico que no trasmite ninguna información objetiva inherente a los bienes intercambiados, y menos aún sobre los datos últimos contenidos en las valoraciones subjetivas de los sujetos que intercambian, por lo que el único dato verdaderamente objetivo del intercambio, es que el mismo se ha llevado a cabo por el simple hecho de existir una diferente valoración respecto de los objetos intercambiados por parte de los actores, que subjetivamente descubrieron un beneficio empresarial derivado del intercambio.

3.- LOS PRECIOS.

Es posible que la confusión que existe en torno a los precios monetarios sea debida, ni más ni menos, que a una mala utilización de los términos empleados. Esto suele suceder cuando se denomina con una misma palabra a diferentes cosas que, además, son muy similares o tienen un mismo origen. Ante todo, debemos ser conscientes de que los precios, a pesar de facilitar una información muy importante para el intercambio, son simplemente datos históricos que se limitan a reflejar parcialmente la parte cuantificable de una valoración subjetiva. Cuantificación que sólo cuando se plasma en dinero resulta útil para el cálculo económico. Cualquier otra interpretación del concepto de precio es muy peligrosa y equívoca, pues tiende a identificarlo con las valoraciones subjetivas de los actores, y así nos lo advierte el propio Menger:

“… dado que los precios son los únicos fenómenos de la totalidad del proceso económico que pueden percibirse con los sentidos, los únicos cuyo nivel puede medirse y los que la vida diaria nos pone una y otra vez ante los ojos, se introduce fácilmente el error de considerar su magnitud como el elemento esencial del intercambio y, prolongando las consecuencias lógicas de tal error, considerarlos como el equivalente de las cantidades de bienes que aparecen en tales intercambios. Pero, al proceder así se infringiría a nuestra ciencia un daño de incalculables consecuencias, en el sentido de que los investigadores desplazarían a la región de los fenómenos de los precios la explicación de las causas de la supuesta igualdad entre dos cantidades de bienes. Hay quienes atribuyen esta igualdad a las cantidades de trabajo empleadas en la obtención de dichos bienes, otros a los costes de producción -que se suponen iguales-. Se discute incluso, en esta perspectiva, si se entregan unos bienes por otros porque son equivalentes o si los bienes son equivalentes porque se entregan unos por otros, cuando la verdad es que este supuesto igualdad del valor de dos cantidades de bienes (entendida en un sentido objetivo), no existe en parte alguna.” … “… tales equivalencias no aparecen jamás en la vida económica de los hombres. Si hubiera, en efecto, equivalentes de este tipo, no se ve por qué no podría deshacerse cualquier intercambio, mientras la coyuntura permanezca invariable[8]”.

Debemos comprender que si hacemos un análisis teniendo en cuenta el transcurso del tiempo y los diferentes momentos (tanto anteriores como posteriores al intercambio en el mercado), no es correcto llamar igual a las diferentes señales que se van generando en el proceso y que identificamos con el nombre de precios:

1.- Si nos situamos en un hipotético pasado, en un mercado en el que se van a producir toda una serie de compraventas (intercambios), antes de que ninguna de ellas se produzca solemos caer en el error de denominar a las diferentes OFERTAS de compra y de venta que se producen, como “precios”, cuando en realidad no se trata de precios estrictamente hablando, sino de meras ofertas (es decir, en realidad, las etiquetas que los comerciantes ponen en sus productos no están marcando precios sino ofertas de éstos). Para fijar dichas ofertas, las partes realizan toda una serie de valoraciones basadas en datos del pasado referentes a otros intercambios similares, expectativas de venta, según el objeto y la situación del mercado, los costes en los que se ha incurrido para obtenerlo o elaborarlo, beneficio que se pretende alcanzar, etc. Por ello, estas ofertas siempre están sujetas a posibles variaciones antes de convertirse en un verdadero precio de intercambio (variaciones que pueden deberse a fluctuaciones del mercado en el último momento, o bien debido a regateos o rebajas…).

2.- A este primer momento, le sucede otro que es el del propio intercambio cuando se produce la coincidencia de la oferta del precio del vendedor y de la oferta de precio del comprador (lo que en Derecho se llama, en términos generales, acuerdo de voluntades). En este momento surge el convenio de las partes respecto del verdadero PRECIO de intercambio, que puede coincidir con otros precios históricos, o no, pudiendo igualmente coincidir con los costes o bien ser superior o ser inferior. Se trata de un concepto efímero, pues desde el instante en que se produce pasa de ser el precio de intercambio de un bien a ser un precio histórico del pasado, por lo que sólo dura el momento del acuerdo de voluntades. Desde ese momento, ya no es un precio de intercambio, pues nos encontramos situados en un periodo distinto de la acción, convirtiéndose en un dato del pasado.

3.- Superadas las dos fases anteriores (oferta de precios y precio de intercambio), nace la última de ellas, que, tal y como he indicado, podría calificarse de PRECIO HISTÓRICO, que ya no coincide con el concepto de precio de intercambio, pues de producirse un nuevo trueque, el precio deberá pactarse nuevamente (partiendo de ofertas), pudiendo evidentemente coincidir, o no, con el anterior, aunque en realidad ya no sea el mismo, debido al simple transcurso del tiempo y modificación de circunstancias.

Por todo ello, podemos afirmar y concluir que si nos situamos en el mismo instante del intercambio (precio), y miramos hacia el momento anterior al mismo, nos encontramos con que lo que verdaderamente existía era una oferta u ofertas de hipotéticos precios de intercambios futuros, mientras que si miramos hacia el momento posterior, comprobamos como el precio de intercambio desaparece, naciendo lo que hemos calificado como información o precio histórico, que no tiene porqué coincidir con los que en el futuro se produzcan en el caso de que vuelva a haber un nuevo intercambio, al estar siempre condicionado por las diferentes valoraciones subjetivas realizadas por los actores en el tiempo y sobre la base de unos datos y una información que se están continuamente generando y modificando en el mercado.

Pues bien, este último tipo de trueques basados en el dinero, que permiten al economista “medir de forma monetaria el intercambio”, puede resultar extremadamente peligroso si no se llega a comprender su verdadera esencia.

Las relaciones de intercambio, fundadas en la propiedad privada y movidas por la función empresarial, fomentan la unión de los grupos (incluso encontrándose éstos muy distantes entre sí a medida que el tamaño del mercado y su complejidad crecen), ya que los individuos que los integran van aprendiendo con el transcurso del tiempo, que la mejor forma de poder satisfacer sus necesidades presentes y futuras es a través de las relaciones comerciales con otros individuos. Esto permite disfrutar, a la larga, de niveles muy superiores de información respecto de los disponibles en una economía de simple autosuficiencia, alcanzándose, en definitiva, no sólo un mayor grado de bienestar, sino también de seguridad y  paz social.

Resulta curioso comprobar, tal y como nos explica Menger, como al consolidarse las relaciones de intercambio, el concepto de tiempo en el desarrollo de la acción humana varía, pues no sólo se produce una distribución más adecuada del trabajo entre los miembros que forman cada colectivo, favoreciéndose un mayor aprovechamiento de la información, según hemos dicho, y de las habilidades de cada uno, sino que, además, según evoluciona la sociedad, se va prefiriendo pasar de las actividades de mera elaboración de bienes de ORDEN INFERIOR, a las de elaboración y acumulación de bienes de ORDEN SUPERIOR, alcanzándose cada vez niveles más elevados y aumentándose la capacidad para satisfacer de forma más adecuada las necesidades humanas[9].

A medida que los hombres persiguen bienes de orden superior, se produce una diversificación de las distintas clases de bienes, multiplicándose al mismo tiempo sus funciones y utilidades, y aumentando su capacidad para satisfacer la consecución de fines. Favoreciéndose, por tanto, el paso de etapas más primitivas a otras más avanzadas en la evolución, donde se puede disfrutar de mayor bienestar y nivel cultural. Tal y como sostiene Menger en el siguiente ejemplo,

“los alimentos, que antes eran el producto de la coincidencia causal de las condiciones precisas para su nacimiento y desarrollo (recolección-caza-consumo directo), son ahora, en la medida en que el hombre conoce y domina estas condiciones, y dentro siempre de los límites trazados por las leyes naturales, un producto de su voluntad (agricultura-ganadería-comercio)”.

De esta forma el hombre consigue pasar de unos estadios en los que es un mero recolector y cazador, pues se limita a consumir sin producir nada, a niveles económicos cada vez más elevados en los que el hombre comienza a trasformar los bienes en otros de orden superior, gracias a introducir procesos que es capaz de controlar, dejando de estar sujeto al mero azar o casualidad.  El artesano fabrica cada vez herramientas más complejas que integran un mayor número de elementos y de mejor calidad, que permiten obtener, a su vez, un mayor número de fines y con mayor facilidad. Se pasa de la fabricación de una simple jabalina, a la elaboración de un arco cada vez más potente y certero, y de unas flechas mejor confeccionadas, interviniendo un mayor número de artesanos en su fabricación: unos trabajando la madera, otros los metales, otros fabricando cuerdas…

Todo ello permite que cada vez se obtengan mejores piezas de caza, más grandes y con menor esfuerzo. De igual manera que el cazador cada vez dispone de armas que han pasado por un proceso productivo y de transformación más complejo y dilatado en el tiempo, y que acumulan un mayor nivel de información, lo mismo, decíamos, va sucediendo en épocas posteriores a todos los niveles: el agricultor ya no se limita a introducir a mano las semillas en el suelo ayudándose de las manos o de una rudimentaria azada, como sucedía en épocas primitivas, sino que adquiere un arado y otras herramientas que le facilitan su trabajo, y así sucesivamente. Herramientas que incorporan piezas de madera trabajadas por carpinteros y piezas de metal trabajadas por herreros, que dedican su actividad, ya no a recolectar o cazar para sobrevivir, ni siquiera a elaborar herramientas que ellos mismos utilizan para obtener directamente bienes de primer orden, sino que intercambian con terceras personas, de las que sí obtendrán un bien que pueda satisfacer sus necesidades, o dinero con el cual poder adquirirlas.

De esa manera, el proceso productivo se alarga en el tiempo y se hace más complejo (desde la introducción de la semilla a mano en el suelo, hasta las modernas cosechadoras y tractores que conocemos en la actualidad),  produciéndose la acumulación de una cantidad de información y conocimientos infinitamente superiores y que facilitan la obtención de un mayor número de bienes y de forma más eficaz. Se trata de un proceso evolutivo mucho más amplio de lo que en un principio puede parecer y que, sólo en su última fase, abarcaría aproximadamente diez mil años, pues si nos remontamos a la utilización de las primeras herramientas por los homínidos más primitivos, estaríamos hablando de tres o cuatro millones de años. Y lo mismo sucede cuando analizamos otras instituciones distintas a las del mercado, ya que volvemos a encontrar que para su nacimiento y evolución se han dado también procesos complejísimos, donde han intervenido una infinidad de factores a lo largo de dilatados periodos de tiempo.

Si recapacitamos sobre todo lo expuesto, nos daremos cuenta que igual que un hombre primitivo no podía imaginar lo que sería en el futuro un tractor, un ordenador o un trasbordador espacial, tampoco hubiese podido comprender o imaginar la diversidad y la complejidad de las normas jurídicas que hoy regulan la convivencia humana en la Gran Sociedad, pues la evolución institucional se produce siempre de forma conjunta, interactuando sus múltiples facetas. Por ello no debemos olvidar, que nosotros nos encontramos respecto de nuestro futuro en la misma situación de ignorancia que aquella en la que se encontraba el hombre primitivo. De ahí el gran error del racionalismo extremo y del constructivismo, productos ambos de la arrogancia humana, y que llevan a creer que la razón ha alcanzado un nivel tal que puede permitir la reestructuración de la sociedad y de sus instituciones de arriba a bajo por medio de la razón, sin pararse a pensar en las gravísimas consecuencias que dicha actitud trae consigo.

La tendencia del ser humano a satisfacer sus necesidades de la manera más perfecta posible provoca que el movimiento evolutivo sea ILIMITADO. Cada vez se produce una mayor multiplicidad de bienes que se encuentran totalmente condicionados entre si, ya que,

“ninguno de ellos puede, por si sólo, alcanzar el objetivo total a que sirven todos ellos, es decir, la conservación de nuestra vida y nuestro bienestar”.[10]

El motor de esa evolución infinita que permite al ser humano alcanzar cada vez una mejor satisfacción de sus necesidades materiales en el mercado, una mayor seguridad en su vida y una mejora de su bienestar, no es otro que la propia función empresarial competitiva, gracias a la cual se produce un efecto de coordinación social regulado por normas evolutivas que nunca se detiene, facilitando la vida en sociedad de la forma más armoniosa posible.

Es por ello, que en un sentido amplio, tal y como ya hemos indicado, los conceptos de SOCIEDAD y MERCADO coinciden. Respecto a esto, el Profesor Huerta de Soto, al dar una definición de sociedad en su libro Socialismo, Cálculo Económico y Función empresarial , nos advierte que se trata de una definición válida para ambos conceptos. En este sentido mercado y sociedad son:

“un PROCESO (es decir, una estructura dinámica) de tipo ESPONTÁNEO, es decir, no diseñado conscientemente por nadie; MUY COMPLEJO, pues está constituido por miles de millones de personas con una infinita variedad de objetivos, gustos, valoraciones y conocimientos prácticos; de INTERACCIONES HUMANAS (que básicamente son relaciones de intercambio que en muchas ocasiones se plasman en PRECIOS monetarios y siempre se efectúan según normas, hábitos o pautas de conducta); movidas todas ellas por la FUERZA DE LA FUNCIÓN EMPRESARIAL; que constantemente CREA, DESCUBRE Y TRASMITE información, AJUSTANDO y COORDINANDO de forma COMPETITIVA  los planes contradictorios de los individuos; y haciendo posible la VIDA en común de todos ellos con un número y una complejidad y riqueza de matices y elementos cada vez mayores”.

Cuanto mayor es el nivel evolutivo del hombre, pudiendo conseguir satisfacer sus necesidades de forma más efectiva, mediante procesos cada vez más largos, y habiendo ya satisfecho las necesidades más básicas y urgentes, resulta lógico que éste intente prever con suficiente antelación las futuras necesidades y las formas de satisfacerlas. Es decir, el hombre se vuelve más previsor una vez superada la etapa impuesta por las meras necesidades de supervivencia. Aunque también es cierto que en el ámbito individual, dicho campo de previsión en el tiempo, siempre es una valoración subjetiva y limitada, siendo igualmente limitado el grado de exactitud de dicha previsión al proyectarse en el futuro (INCERTIDUMBRE).

Por todo ello, las primeras grandes civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, China…) sólo pudieron surgir cuando la institución del mercado estaba sólidamente formada, los que en ella participan ya no producían para un intercambio concreto con otros individuos concretos, sino que se producían bienes de forma “general”, al conocer en abstracto la existencia en otros de esas necesidades de intercambio. Es lógico que el siguiente paso para evitar la incomodidad de tener que ir ofreciendo los productos de puerta en puerta, característico de la venta ambulante, sea establecerse en lugares determinados donde todos los que quieran realizar los intercambios tengan acceso a ellos. Se trata de las ferias periódicas, los mercadillos, los mercados locales, el establecimiento de tiendas en barrios profesionales, etc., que, evidentemente, y unido a un gran desarrollo de redes de distribución, provocaron un desarrollo espectacular del comercio.

Como es natural, y según hemos visto, el desarrollo de todas las instituciones sociales se integra y se produce de forma interrelacionada, influyéndose unas en las otras y creándose un entramado de increíble complejidad. De esta manera, mientras que en la acción humana aislada el individuo capta la información necesaria para alcanzar sus fines directamente, en los procesos de intercambio es necesaria la relación con otros actores que persigan fines distintos y que, en principio, se encuentran descoordinados entre sí, tal y como indicamos en su momento. La coordinación en el intercambio puede producirse gracias al descubrimiento de dos individuos que finalmente pueden llegar a intercambiar o, incluso, gracias al descubrimiento de un tercero que puede sacar partido de dicha situación de descoordinación, haciendo una labor de intermediación. Por ello, la función empresarial, auténtico motor de la aparición y desarrollo del mercado, tiene, además, una cualidad importantísima que es la CAPACIDAD DE COORDINACIÓN.

A lo largo de todo el proceso se va creando nueva información que se  transmite entre los individuos. Observándose, además, etapas de aprendizaje donde los diferentes agentes aprenden a actuar en función del otro, ajustando su conducta de forma coordinada a la nueva información existente. Se trata de un proceso que se va generando de forma inconsciente, al igual que van surgiendo las normas que lo regulan, sin  que el hombre llegue a comprender que dicha actuación de coordinación es uno de los pilares fundamentales que hacen posible el desarrollo de la vida en sociedad y la aparición de las instituciones en que ésta se sustenta.

Los procesos espontáneos de cooperación nacidos del intercambio (cuyo motor es la función empresarial) provocan, en definitiva, por un lado, la cada vez mejor asignación de recursos debido a un mayor aprovechamiento y a una mejor transmisión de la información (en gran parte a través de los precios) y, por otro lado, fomentan la aparición de hábitos inconscientes y normas evolutivas que facilitan el desarrollo de dichos procesos, garantizando la protección de los mismos. Se trata de la aparición del orden espontáneo social conocido como MERCADO. Orden extenso que surgió a lo largo de dilatados periodos de tiempo, pasando a través de una infinidad de estadios intermedios durante cientos de miles de años y que no sólo se encuentra formado por individuos que interactúan entre sí, sino que integra todo un conjunto de otros órdenes evolutivos inferiores y organizaciones humanas, íntimamente relacionados y regulados cada uno de ellos por sus  propias reglas, normas, leyes o mandatos internos, según ya he comentado en otras publicaciones y artículos.

El orden social extenso, avanza gracias a la competencia que se desarrolla en su seno pero, a diferencia de la competencia observada en la naturaleza (regida por la ley del más fuerte o mejor dotado), para que la competencia social provoque los efectos positivos que la caracterizan, es necesario renunciar a la “fuerza coactiva” ejercitada por individuos u organizaciones, pasando a tener un papel fundamental la libre cooperación. El intercambio nunca debe ser coactivo en ese sentido, sino que la acción humana desarrollada en sociedad, debe estar sujeta exclusivamente al sistema NORMATIVO DE TIPO EVOLUTIVO, que ha surgido del propio orden espontáneo, y que regula la propiedad (su adquisición y transmisión voluntarias, los contratos, etc.). Dichas normas son las únicas capaces de integrar esa infinidad de comportamientos individuales en un MARCO DE ORDEN PACÍFICO, gracias a su abstracción, generalidad y su capacidad de asimilar información. Ya que como Hayek sostiene,

“en los ORDENES ESPONTÁNEOS nadie conoce -ni precisa conocer- cuantos detalles afectan a los medios disponibles o fines perseguidos. Tales órdenes se forman a sí mismos. Las normas que facilitan su funcionamiento no fueron apareciendo porque los distintos sujetos llegaran a advertir la función de los mismos, sino porque prosperaron en mayor medida aquellos colectivos que, sometiéndose a ellas, lograron disponer de más eficaces esquemas de comportamiento. Esta evolución nunca fue lineal, sino fruto de un ininterrumpido proceso de prueba y error, es decir, de una incesante experimentación competitiva de normativas diferentes”.[11]

Sin embargo, sería un grave error pensar que todas las normas y conductas que han logrado sobrevivir hasta nuestros días, tienen que ser necesariamente buenas y favorecedoras del desarrollo económico y social. Debe tenerse en cuenta que dichas reglas reguladoras del mercado, en sentido amplio, forman parte de toda una estructura normativa que es la que en su conjunto facilita y ordena el marco donde se desarrolla la actividad de los individuos, pudiendo estar introducidos en el sistema, hábitos, costumbres o reglas que aisladamente pueden calificarse como perjudiciales, pero que camuflados e integrados en el conjunto ven como se diluyen sus posibles efectos nocivos. Sólo a través de los estudios de la ciencia jurídica, en estrecha relación con la ciencia praxeológica, se puede llegar a descubrir qué NORMAS EVOLUTIVAS, generales y abstractas, son positivas para la supervivencia y el desarrollo de la humanidad. Debido a todo lo expuesto, el proceso de análisis crítico de la vida en sociedad y de las reglas que regulan el mercado, debe estar fundamentado siempre en :

1.- Una profunda comprensión de los procesos de evolución de las instituciones sociales (ANÁLISIS HISTORICO-EVOLUTIVO).

2.- La consciencia de que al tratarse de órdenes complejos, el beneficio de la duda favorecerá siempre a la norma evolutiva.

Sólo teniendo muy presente esto, así como los límites de la razón humana, se podrá ir perfeccionando y puliendo el sistema. Estamos, por tanto, ante un proceso de descubrimiento y mejora de las instituciones sociales que se basa en un RACIONALISMO MODERADO (partidario de la EVOLUCIÓN frente a la REVOLUCIÓN UTÓPICA), ya que sólo de este modo

“podemos cometer errores y aprender de ellos sin arriesgarnos a graves consecuencias”.[12]

Además, debería tenerse siempre presente que, este proceso se ve enriquecido si se desarrolla bajo condiciones similares en diferentes puntos geográficos que tengan sustratos culturales distintos, pues en este caso, no sólo se aprende del resultado de los procesos de experimentación competitiva internos, sino que también se establece una forma de aprendizaje en el ámbito de lo que podríamos llamar “competencia institucional”, entre diferentes sistemas evolutivos, observando como otros afrontan y solucionan de forma distinta los problemas que aparecen en el seno de cada grupo social.

 

[1] Moses Y. Finley, An Ancient Economy.

[2] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia.

[3] John K. Galbraith, Historia de la Economía.

[4] J. Huerta de Soto, Socialismo, Cálculo y Económico y Función Empresarial.

[5] Resulta muy interesante el análisis de Eugen von Boehm-Bawerk, titulado “La Ley Básica de Determinación del Precio”, que se encuentra recogido en el Volumen I, de las Lecturas de Economía Política, del Profesor J. Huerta de Soto. Beohm-Bawerk, no obstante, nos recuerda siempre que el intercambio para un individuo,

“… significa que los bienes que se reciben tienen un valor subjetivo mayor que aquellos con los que parte inicialmente y considera entregar”.

[6] El propio Diccionario de la Lengua Española, en su primera acepción, define la palabra trueque como acción o efecto de trocar, mientras que este último verbo lo define como “cambiar, permutar una cosa por otra”, y sólo en la segunda acepción de la palabra trueque, se introduce la idea de “intercambio directo de bienes y servicios, sin mediar la intervención de dinero”.

[7] Mientras que el valor de los bienes no se puede medir al no poderse expresar con números cardinales, pues se trata de un dato subjetivo que sólo se refleja exteriormente en el hecho de preferir una cosa a otra, los precios monetarios (o sumas dinerarias por las que se intercambian bienes en el mercado) si permiten el cálculo económico gracias a plasmarse en cifras dinerarias. Esto puede resultar muy útil en algunas circunstancias, pero también puede resultar muy pernicioso si no se maneja adecuadamente, olvidándose los límites de este tipo de análisis.

[8] Carl Menger, Principios de Economía Política.

[9] Según nos explica Carl Menger en Principios de Economía Política:

“Los BIENES DE PRIMER ORDEN (o bienes de consumo) son los medios  capaces de satisfacer por sí solos y de forma directa necesidades humanas (es decir, aquello que el actor piensa subjetivamente que es válido para lograr un determinado fin). Mientras que, BIENES DE ORDEN SUPERIOR son aquellos que satisfacen necesidades de forma indirecta, pues deben unirse a otros bienes o someterse a procesos de transformación en el tiempo para poder satisfacer necesidades. Por lo que el carácter económico de los bienes de orden superior está condicionado por el de los bienes de orden inferior, a cuya producción sirven. El carácter económico de estos bienes de orden superior depende de su aptitud para la producción de bienes económicos de orden inferior, y en última instancia de los de primer orden”.

Explicando, además, que la diferencia entre lo que entendemos por bien económico y bien no económico,

“se fundamenta en definitiva y en el más exacto sentido de la palabra, en la diferente relación existente entre necesidad y la cantidad disponible de dichos bienes”.

Siendo bienes no económicos (o Libres) aquellos que se tienen por condiciones dadas del bienestar humano, mientras que los económicos son aquellos que el actor valora subjetivamente como medios escasos para la consecución de sus fines. Debiendo quedar muy claro,

“que el carácter económico -o respectivamente no económico- de los bienes no es algo innato en ellos, no es una cualidad intrínseca de estos bienes, y que, por consiguiente, todo bien adquiere su carácter económico, con independencia de sus cualidades intrínsecas o de factores exteriores”.

dependiendo siempre de la valoración subjetiva del actor en función de la relación anteriormente expuesta entre sus necesidades y la disponibilidad de cada bien en cada momento y situación particular de acción.

TIPOS DE BIENES:

1.-  Bienes Libres.

2.-  Bienes Económicos:

2.1 Bienes de consumo (o de Primer Orden. Que satisfacen necesidades de forma directa).

2.2 Factores de Producción (o Bienes de Orden Superior. Sometidos a procesos de        transformación en el tiempo).

2.3 (Servicios -Bienes inmateriales-)

De donde Carl Menger deduce el siguiente Principio General:

“El carácter económico de los bienes de orden superior está condicionado por el de los de orden inferior a cuya producción sirve. O, dicho con otras palabras, ningún bien de orden superior puede alcanzar o reclamar para sí carácter económico si no es apto para la producción de bienes económicos de orden inferior”.

[10] Carl Menger, Principios de Economía Política.

[11] F.A. Hayek, La Fatal Arrogancia.

[12] Karl.R. Popper, La Sociedad Abierta y sus Enemigos. Como es lógico, este racionalismo evolutivo y moderado no es partidario de lo que algunos economistas llaman “la competencia” entre modelos creados RACIONALMENTE, que no dejan de ser una utopía peligrosísima, aunque tengan su base en un ideario liberal o libertario, y que entrañarían los mismos riesgos que el liberalismo evolutivo siempre ha criticado del CONSTRUCTIVISMO, del POSITIVISMO y del RACIONALISMO EXTREMO de tipo CARTESIANO.

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